NOSOTROS LOS «DE LA GARMILLA» (2):

 

LOS TRES «DE LA GARMILLA» EN EL CATASTRO DE ENSENADA

 

 

Desde aquel misterioso Joan de la Garmilla X que se casó en algún lugar del mundo con la valdivielsana Francisca de la Lastra, del que no sabemos de dónde vino, ni dónde nació, aunque vivió y murió en Puentearenas; del que sabemos que no poseía bienes reseñables; del que podemos sospechar que fuera soldado o pastor, o tal vez ambas cosas,… en definitiva, desde aquella primera mitad del siglo XVII  ̶ durante la cual los libros parroquiales de Valdivielso no registran nacimientos, ni matrimonios, ni defunciones de nadie que se apellidara De la Garmilla ̶  transcurre un siglo largo hasta que en 1752-53, en el Catastro del Marqués de la Ensenada, aparecen en el valle tres cabezas de familia con dicho apellido, concretamente en Puentearenas y en El Almiñé. Se trata de los hermanos Pedro, Juan y Manuel, que son bisnietos de aquel Joan de la Garmilla X, nietos de Joan de la Garmilla y de la Lastra e hijos de Juan de la Garmilla y Ruiz de Sedano. Es pues en la primera mitad del siglo XVIII cuando, por primera vez, el tronco único se ha dividido para dar las tres ramas principales que van a tener continuidad hasta nuestros días. Y, al empezar el siglo siguiente, alrededor del año 1800, ya hay en Valdivielso al menos nueve cabezas de familia que llevan el apellido De la Garmilla: Leandro, Juan, Eugenio, Lucas, Manuel (tres con este nombre), Pedro y Eusebio.

 

A día de hoy, a pesar de las múltiples ramificaciones que se han producido durante tres siglos, aún pueden definirse claramente cuatro ramas de Garmillas valdivielsanos: la de Puentearenas, la de El Almiñé, la de Quintana y la de Quecedo (estas dos últimas más tardías, del siglo XIX). Pues bien, todas ellas tienen su origen en aquellos tres patriarcas hermanos que declararon en el Catastro de Ensenada, ya que, según dicho catastro, no había entonces en todo Valdivielso ningún otro cabeza de familia que se apellidara De la Garmilla.

 

El mayor de ellos, Pedro de la Garmilla y Alonso de Liado, nacido en Puentearenas en 1705, era ya vecino de El Almiñé en 1752, aunque, según consta en el catastro, tenía también propiedades en Puentearenas, Santa Olalla y Quintana, además de las que poseía en su pueblo de residencia, y labraba en renta otras de Santa Olalla y Toba. De él desciende una línea de Garmillas que se originó en El Almiñé, según precisan los excelentes estudios genealógicos realizados por Juan Francisco García. Este Pedro es tatarabuelo del famoso teniente coronel José de la Garmilla y López, y posiblemente el antepasado común de todos los De la Garmilla nacidos en El Almiñé, y tal vez de algunos de Quintana, aunque nos consta que a este último pueblo también llegó en torno a 1800 un Manuel de la Garmilla nacido en Puentearenas.

 

El mediano, Juan de la Garmilla y Alonso de Liado, nacido en Puentearenas el 10 de marzo de 1717, era residente y poseía bienes raíces en dicho pueblo, pero también en El Almiñé y en Quintana, además de llevar en renta unas heredades en Quecedo. Su bisnieto, Benito de la Garmilla y de Diego (mi tatarabuelo), emigraría a Quecedo hacia mediados del siglo XIX y fundaría la rama de los Garmilla quecedanos, según supe hace tiempo gracias a los enormes conocimientos genealógicos de Juanra Seco.

 

El más joven de los tres, Manuel de la Garmilla y Alonso de Liado, nacido el 30 de marzo de 1722 en Puentearenas, habitaba en dicho pueblo una casa cuya propiedad compartía con su hermano Pedro al cincuenta por ciento, pagándole a este una renta anual de 15 reales de vellón. Además poseía otros bienes en Puentearenas, Quintana y Quecedo. La descendencia de Manuel, junto con buena parte de la de Juan, consiguió que  Puentearenas sea, con diferencia, el pueblo valdivielsano que más Garmillas ha registrado.

 

Una hermana de estos tres varones, llamada María de la Garmilla y Alonso de Liado, nació también en Puentearenas en 1715 y se casó allí con un García de la Yedra procedente de Santa Olalla. Como aún no se ha hecho una búsqueda específica, solo puedo suponer que habría en aquellas generaciones del siglo XVII y del XVIII otras mujeres bautizadas con el apellido De la Garmilla, pero, aunque de ellas nacían indudablemente los hijos, en ningún caso nacían ramas del apellido.

 

Volviendo a los tres patriarcas del Catastro de Ensenada, estos se declaran labradores e hidalgos, pertenecientes al estado noble, y son muchas las propiedades que declaran poseer entre heredades, huertas, viñas y majuelos en varios pueblos de Valdivielso, además de trabajar otras que tienen tomadas en renta (Juan cultiva como arrendatario varias heredades y viñas de la Cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio, sita en Puentearenas; Manuel lleva en renta y labra algunas parcelas que pertenecen al monasterio de Oña; y Pedro es rentero de heredades propias del Hospital de Cartujos de la Vera Cruz, sito en Medina de Pomar). Y, lo que es también muy importante, en la relación de sus numerosas propiedades no consta que tuvieran grandes deudas o censos que pesaran sobre ellas. En el caso de Pedro, este tenía una de sus viñas hipotecada en 300 reales a favor de la Obra Pía de La Puente, pagando por ello 9 reales anuales, y otras dos hipotecadas con la Iglesia y Lámpara de Santa Olalla. Por su parte, Juan tenía unos majuelos con un censo de 250 reales por el que pagaba a dicha Obra Pía de la Puente siete reales anuales, y aparte entregaba unos maravedíes de martiniega al marqués de Mortara. Lo mejor era que, por ser hidalgos del estado noble, no tenían que pagar tantos impuestos como los pecheros del estado general y, en cuanto a las hipotecas, bueno, a falta de sucursales bancarias, en el valle tenían la Obra Pía de La Puente y otras entidades piadosas que hacían de prestamistas cuando a los vecinos les iba mal con las cosechas o deseaban comprarse algún terrenito más. Por otra parte, una vez satisfechas sus necesidades terrenales, estos tres buenos cristianos gravaron cada uno de ellos alguna de sus propiedades con un censo perpetuo para la parroquia o para alguna capellanía, con el fin de que, a cambio de unos reales o dos celemines de trigo o unas cántaras de vino anuales, se dijeran misas y plegarias por la salvación de sus almas.

 

¡Cómo pueden cambiar las cosas en menos de un siglo! Los bisnietos de aquel Juan de la Garmilla X, que en su partida de defunción de 1664 aparecía como “pobre”, eran en cambio, a mediados del siglo XVIII, lo que para la época podría considerarse unos labradores, si no acomodados, al menos bien situados, con muchos terrenos, casa propia, horno y alguna era, aunque vemos en el catastro que sus viviendas son sencillas y, con tantas tierras, es de suponer que ellos y sus familias trabajarían de sol a sol. Juan de la Garmilla y Alonso de Liado, el más rico de los tres en bienes raíces, es además uno de los seis hombres seleccionados como peritos en 1752 entre los vecinos de Puentearenas, para responder bajo juramento a las Cuestiones Generales del Catastro, y también uno de los cinco que comparecen en 1753 ante el Marqués de Espinardo, intendente general de la provincia de Burgos, para ratificar y firmar las respuestas, de lo cual puede deducirse que sería persona de cierto prestigio en su pueblo. Asimismo lo sería Pedro de la Garmilla en El Almiñé, porque también fue nombrado perito para responder a las Cuestiones Generales relativas a dicho lugar y ratificar los datos recogidos. Como anécdota, cuando él y otro perito, llamado Miguel García, firman un recibo por los 42 reales de vellón que los cuatro seleccionados de aquel pueblo percibirían por su trabajo de «reconozimientto de el Campo» para el Catastro (tres reales cobraba cada uno de estos peritos por cada día de trabajo), se especifica que «lo firmamos los dos en nombre de todos por no saver los demás». Sin embargo, los demás, que son Francisco Rodríguez y Manuel García, sí que firman y dan fe cuando se trata de ratificar las respuestas, o sea, que de lo que no sabrían sería de números, y en cambio nuestro Pedro sí que era un entendido en cuentas que no le iba a perdonar ni un maravedí al señor marqués.

 

Podemos leer ahora unos fragmentos de las declaraciones, llamadas “memoriales”, para ver cómo se expresaban estos hombres a la hora de comunicar al Estado sus datos personales, cómo era la casa en que vivían, etc. Hay que precisar que, salvo las viudas y alguna huérfana soltera con propiedades, las mujeres no suelen aparecer mencionadas en el catastro, ni siquiera como cónyuges, salvo alguna rara excepción, y tampoco se indica el apellido materno de los hombres. Las señoras en aquella época eran prácticamente invisibles para la administración. Bueno, así eran las cosas. Pero veamos lo que dicen los patriarcas, comenzando por el hermano más joven:

 

«Memorial que io Manuel de la Garmilla, vecino de este lugar de la Puente de Arenas, doi en cumplimiento de el bando notorio para la única contribución de nuestro Rei que Dios guarde, y es pedido del señor Marqués de Espinardo, intendente de rentas reales de la ciudad de Burgos y su probincia, y digo que soi casado de hedad de treinta años, mi oficio labrador, tengo dos hijos menores de edad, el uno de tres años y el otro de año y medio, soi del estado noble hijo dealgo y para la manutención de mi casa y familia tengo los bienes raíces siguientes:

Primeramente declaro tocarme y pertenecerme media cassa a el barrio de San Antonio y la otra media le corresponde a Pedro de la Garmilla, vecino del lugar de El Almiñé, la qual dicha casa no puede ser partida y es la que abito, que tiene de alto por la frontera siete baras y de fondo ocho y de ancho diez y ocho baras. De qué se compone, dicha casa tiene un solo enrollado y una sola reducida bibienda…»

Podemos entender que Manuel de la Garmilla y Alonso de Liado vivía en una casa sencilla de dos alturas, con una planta de unos seis metros y medio por quince metros. Un “enrollado” sería un pavimento de cantos rodados (la planta baja) y la vivienda estaría en la planta superior. Según declara, tendría la entrada mirando al ábrego, que es por donde dice que su casa limita con la Calle Real. Manuel Francisco, que así era su nombre completo, estaba casado con Francisca Fernández, natural de Condado, y ambos trajeron al mundo al menos tres hijos varones llamados Pedro, Juan y Manuel de la Garmilla y Fernández, los cuales tuvieron amplia descendencia en Puentearenas.

 

El hermano mediano, Juan de la Garmilla y Alonso de Liado, escribía lo siguiente:

«Juan de la Garmilla, vecino de este lugar de la Puente, en cumplimiento del bando publicado el día siete de abril para el arreglo de única contribución, digo soy de oficio labrador, estado noble de hijos dealgo, casado de hedad de treinta y quatro años, tengo un hijo y una hija de menor hedad, y en este lugar y sus términos me corresponden los vienes siguientes:

Lo primero una cassa en el casco del lugar al barrio de abajo. Con su alto y bajo, tiene por la frontera seis baras, de fondo catorce, de ancho ocho; tiene dos quartos, cocina y caballerizas…»

Vemos que su casa es algo más pequeña que la que habitaba su hermano Manuel, pero muy parecida. Y también da a la Calle Real con su entrada mirando hacia el ábrego. Juan se había casado en 1740 con Francisca López de Brizuela y Oyos, natural de Puentearenas. Por fechas y edades, podemos deducir que escribía esto entre mayo de 1751 y los dos primeros meses de 1752, por lo que el hijo que menciona ha de ser Juan de la Garmilla y López de Brizuela, nacido el 13 de marzo de 1751, que tuvo primero descendientes en Puentearenas y, un siglo más tarde, los tendría también en Quecedo.

 

En cuanto al hermano mayor, Pedro de la Garmilla y Alonso de Liado, no podemos oír su voz, porque el tomo que contiene los memoriales de El Almiñé ha desaparecido. Pero el único tomo que se conserva contiene el “Libro de lo personal”, donde podemos leer: «Pedro de la Garmilla, casado, noble y labrador, tiene un hijo y una hija menores.» Y la descripción de su casa y de sus muchas propiedades puede verse en el “Libro mayor de bienes raíces” del lugar de El Almiñé, donde se dice: «Una casa en el barrio de Incinillas con quarto alto, pajar y dos corraleras, de catorze varas de ancho y siete de fondo: confronta a una parte con un orno y a otra Calles Reales.»

Pedro de la Garmilla se casó con Bernarda Alonso de la Fuente, nacida también en Puentearenas. El hijo menor de edad que aquí se menciona sería Francisco de la Garmilla y Alonso de la Fuente, que nació en Puentearenas en 1735, aunque luego su descendencia nacería en El Almiñé.

 

A pesar de que, como es lógico, el Catastro de Ensenada en sus libros de bienes raíces y de memoriales  habla, casi en exclusiva, de valoraciones de propiedades, y de rentas e hipotecas, que es lo que realmente interesaba a Hacienda, sin embargo, después de leer las ilustradoras Respuestas Generales de cada pueblo, resulta también muy interesante leer los detalles y las descripciones que ofrecen estos libros tan exhaustivos, porque algo más nos dicen sobre el modo de vida de aquellos antepasados nuestros del siglo XVIII. Y es que en el Catastro se detallan incluso los animales que poseían y la utilidad que se les daba, así como los árboles que había en los terrenos, los cuales tenían asignado un valor tanto por su producción de fruta, como por la de madera.

 

En consecuencia, podríamos decir que a través del Catastro también se ve cómo era el paisaje de Valdivielso en aquellos tiempos, y que sería muy parecido al que todavía se podía disfrutar hace cincuenta años, aunque con algunas casonas y torres más, y con muchos hidalgos de hoz y ligona, y demasiados rentistas de palacio o de convento. Consultando estos viejos tomos amarillentos, se tiene la sensación de que Valdivielso fue una realidad inamovible que no cambió prácticamente nada a lo largo de varios siglos, y tal vez por eso tuvo que cambiar tanto, y de manera tan traumática y repentina, durante la segunda mitad del siglo XX. ¿Qué dirían aquellos labradores, pastores, clérigos y hacendados del siglo llamado de las luces, unas luces que apenas se encendieron en nuestro valle, si vieran el paisaje actual de Valdivielso? Ellos ya no pueden cambiar el pasado, y nosotros tampoco, pero algún buen consejo ya nos darían. Habrá que ir a visitarles de vez en cuando en aquellas sus casas, aunque muchas ya solo sean de papel y tinta; habrá que escuchar esas voces que salen de unos librotes de cantos polvorientos. Algo aprenderemos.

 

 

Mertxe García Garmilla